Coronavirus y una infección mayor

Hoy el mundo está con miedo. Mucha gente ha entrado en pánico. Lo podemos ver en la desesperación por hacerse de la mayor cantidad de productos de primera necesidad, aún a costa de sus semejantes. Estamos en emergencia. En estado de alerta. Lo que empezó en Wuhan (China), hace poco más de tres meses, es ahora global. El coronavirus se ha extendido por todas partes y ha llegado a la categoría de pandemia. China y algunos países de Europa han sido, hasta ahora, los más afectados con varios miles de personas contagiadas y otras miles lamentablemente fallecidas. Mientras que en otros continentes recién ha empezado la curva ascendente de contagio. En muchos países se han suspendido todas las actividades que congregan público: conciertos, partidos de fútbol, obras de teatro, exposiciones artísticas, etc. Además, hay cuarentena: las personas han sido forzadas a permanecer en sus hogares.

¿Qué lectura podemos hacer los cristianos de esta epidemia global?

Primero, debemos depositar nuestra confianza en la voluntad de Dios. Sea cual sea esta para con nosotros, sabemos que todo ayuda para bien de quienes amamos a Cristo —promesa del Señor sellada en Romanos 8:28—. No vamos a decir —como ciertos falsos predicadores— que el Covid-19 no va a tocar a ningún cristiano. Mucho menos vamos a declarar o decretar la ‘prohibición’ o erradicación del coronavirus (hay pseudopastores alunados que se han tomado tamaña atribución). Pero sí podemos decir que, si confiamos en Dios, aún una circunstancia tan dura como esta pandemia puede ser utilizada por Él para dar forma a sus propósitos.

Luego, debemos tomar esta enfermedad viral global como una señal de que nos estamos aproximando al final de los tiempos. Es una señal más entre las que ya hemos estado observando: terremotos, huracanes, incendios forestales, la configuración de la tecnología para la implementación de la marca de la Bestia, el declive pronunciado de valores espirituales (a lo malo le dicen bueno, y a lo bueno, malo), apostasía (cristianos que renuncian a su fe y a la verdad), conflictos bélicos, el surgimiento de falsos profetas, el alineamiento progresivo de fichas que derivará en el Nuevo Orden Mundial: un solo gobierno, una sola religión, una sola moneda.

Hay quienes afirman que el Covid-19 es una cepa creada por el hombre en laboratorios, con la finalidad de preparar el escenario para el Nuevo Orden Mundial, dado que empujaría a la humanidad a prescindir de billetes y monedas (cash) y facilitar, de esta manera, el uso de microchips que se implantan bajo la piel, un software que permitiría realizar transacciones sin necesidad de dinero en efectivo ni tarjetas. Esta tecnología, a decir de la gran mayoría de exégetas de las escrituras, será la empleada para implantar la marca de la Bestia (el Anticristo). Apocalipsis 13:16-17 señala: «Y hace que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les dé una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca: el nombre de la bestia o el número de su nombre».

Aquello ocurrirá durante la Gran Tribulación.

Sea como sea, esta pandemia es una señal muy potente que nos lleva a pensar que nos encontramos en la antesala del principio de dolores: «Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores» (Mateo 24:5-8).

Y si estamos en la antesala del principio de dolores, eso significa que el arrebatamiento de la iglesia está muy cerca. Y tomar conciencia de esto nos debe llevar a ponernos en orden con Dios, a perseverar en la fe, a observar y estar atentos y preparados para el momento glorioso en el que sonará la trompeta anunciando la llegada de Jesucristo para encontrarse con su iglesia en las nubes.

EL OTRO VIRUS

Pero si el coronavirus es, como hemos visto, una pandemia muy contagiosa —y en algunos casos mortal—, el ser humano convive con un virus mucho más peligroso. Lo tiene desde que llega al mundo. Y muchas veces pasa inadvertido. Es más, muchas personas viven toda su vida ignorando que lo tienen y sin darle la menor importancia hasta el día de su muerte. Esta infección es mucho más seria, precisamente porque se mimetiza con lo normal, se camufla con la vida misma y es engañosa, pues su apariencia es inofensiva e inocua. Como todos venimos al mundo con ella, pasa a formar parte de lo natural. Por tanto, muy pocos se preocupan de verdad.

Lo más lamentable de esta infección es que todos aquellos que decidieron no hacer nada al respecto recién se darán cuenta de lo terrible que era, una vez que mueran y lleguen a juicio.

Sí, esta infección es mucho más peligrosa, pues sentencia a condenación eterna. Hablamos del pecado original. Es la mancha con la que todo hombre nace como herencia de la transgresión de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Esto significa que estamos muertos espiritualmente: separados de Dios. Y que nada podemos hacer por cuenta propia para justificarnos y salvarnos. Una gran cantidad de gente no hace nada sobre ello y convive con el pecado, sea porque no creen en Dios y, por tanto, la muerte es el final de todo; o porque sí creen y piensan —erróneamente— que, como Dios es amor, va a ser misericordioso con todos y no habrá castigo eterno.

Más que el coronavirus, deberías preocuparte por tu pecado. El pecado es un virus mortal, pero no causa malos síntomas. Por el contrario: es placentero, agradable, seductor, apetecible… conduce directamente a satisfacer los deseos de la carne (y no nos referimos con ello solo a lo sexual, sino a todo pecado que despierta nuestros deseos egoístas: la avaricia, el robo, el asesinato, la envidia, etc.). De ahí que millones de hombres y mujeres decidan no hacer nada sobre ello. No lo consideran un problema. Vamos, todos lo hacen; es lo normal. Por más que se les haga ver la verdad, no están dispuestos a abandonar sus estilos de vida pecaminosos.

La pandemia del coronavirus nos recuerda que estamos cerca del final de los tiempos. Y nos debe mover a evangelizar y combatir el virus del pecado y sus terribles consecuencias eternas.

Todos tenemos amigos y familiares que no creen en Jesús. Ha llegado el momento de ser enfáticos en la evangelización, pues no sabemos cuánto tiempo queda. No queremos que ellos se pierdan. Así como tampoco, todas las demás personas que no conocemos y a las que también debemos mostrarles la cruz de Cristo como único medio de salvación. Usemos nuestras redes sociales para compartir con todos la verdad del evangelio de la gracia: que Cristo derramó su sangre para pagar por nuestros pecados y liberarnos de la condenación eterna. Debemos insistir en la advertencia de que están en juego sus destinos definitivos.

No resta mucho tiempo. Hago un llamado para que todos los cristianos nos apresuremos en compartir la verdad de Cristo a todos los que podamos. Y así la infección del pecado no lleve a mucha más gente a una separación definitiva de Dios. Esa es nuestra gran comisión.

Deja un comentario