Activa tu fe

Estás en una encrucijada y sabes, como cristiano que eres, que cuentas con una herramienta de ayuda sobrenatural: tu fe en Dios. Sin embargo, al momento de echar mano de ella, surgen pensamientos que te conducen a caminos opuestos: crees que no mereces ayuda divina por algún pecado persistente; sientes que tal vez Dios puede no responder positivamente a la urgencia de tu necesidad; piensas que tu problema es muy pequeño como para hacer que Dios se ocupe de él, teniendo asuntos mucho más serios que resolver; te saltan dudas, preguntas, inseguridades, desconfianza, y quedas paralizado.

El tema se complica aún más cuando escuchas a predicadores hablando desde veredas extremadamente opuestas: algunos te dicen que Dios es una fuente inagotable de bendiciones, alguien siempre dispuesto a arreglarte la vida, pidas lo que pidas, quieras lo que quieras. Alguien que nunca permitirá que resbales ni sufras. Un Dios invariablemente mágico, con el que tu vida cristiana será invariablemente color de rosa. Otros te dicen que Dios no tiene por qué someterse a tus caprichos, que no está obligado a bendecirte, si su voluntad así lo dictamina. Que Dios es un ser que te ha llamado a una vida sacrificada para que lleves tu cruz y lo sigas. Y que ni se te ocurra pensar en tu vida como una experiencia siempre plena: ¿Acaso los discípulos de Jesús vivieron en perfecto esplendor? Casi todos ellos tuvieron trágicos finales, así que, como cristiano, casi debes esperar una vida miserable aquí en la tierra.

Aunque haya algunas verdades en lo que estos predicadores afirman desde posiciones diferentes (por lo general, según la denominación que profesan), los extremos no son aconsejables. La Biblia toca ambos lados de la moneda. Son caminos paralelos. Sí hay un Dios que quiere bendecirnos porque nos ama. Y sí hay un Dios que pide que lleves tu cruz y lo sigas. Pero, de ningún modo, se trata de optar solo por una de ambas caras. Son complementarias. Y hay que ir por las dos.

El tema es que, pasemos lo que pasemos, sí podemos contar con la fe. Y sí debemos contar con la fe: sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6). La fe es una bendición que no todos poseen: mientras los creyentes cuentan con ella, los demás solo pueden confiar en sus propias capacidades y en el soporte de otras personas, tan imperfectas como ellos. Así que sería un desperdicio para un cristiano no aprovechar esa línea de conexión siempre abierta con Dios.

Para poder hacerlo, debes saber que la fe es real, pues Dios es real, tanto como sus promesas. Esa fe que tienes, por pequeña que sea, es potencialmente inmensa. Debes activarla. Debes creer. Debes confiar. ¿Crees que Dios no te escucha? Muchas veces es el diablo quien te murmulla ese pensamiento con la finalidad de desanimarte. Le conviene sembrarte la duda.

Activa tu fe. No es que merezcas o no la ayuda sobrenatural del Señor. No es quién eres lo que importa, sino lo que Dios puede hacer por ti, dados su amor y su misericordia. Más bien, no dudes. «Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento. Quien duda es como un hombre que no sabe bien lo que quiere, inestable en todos sus caminos» (Santiago 1:6-7).

Una fe activada conduce a la seguridad de que el Señor quiere y está dispuesto a sostenerte en plena tormenta. Una fe activada implica dejar de confiar en tus recursos —son limitados y falibles— para confiar únicamente en Dios, en su poder y amor infinitos. Una fe activada hace posible lo imposible.

«Por tanto, os digo que todo lo que pidáis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá» (Marcos 11:24).

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